Nunca había contemplado la belleza de la soledad de ésta manera.
Cuán hermosa era esta gris Patagonia por amarme.
Pura, fresca, perfecta.
Iba a suicidarme de diversión, tirandome desde el Indio que vigila el mar, que vigila a su -quizás- amada Galesa.
Mi bicicleta no me fallaba si yo no lo hacía. Ella no se desestabilizaba si yo tampoco...
Sólo así destruiría aquel bruto fantasma gris.
Y si me entregaba a los fríos -y azul grisáceo- brazos del océano, me derretiría en la esencia de su sonido mezclado con viento y lluvia, sin jamás volver a oírlo.
Ni ver la luna.
No quise.
No hay comentarios:
Publicar un comentario