A veces, por momentos súbitos y desconectados, siento en mi pecho oprinido mucho miedo.
Siento que ya no voy a poder parar de tener conductas obsesivas, como mirarme todo el tiempo mis puntas. Mantener el labial puesto. Los ojos delineados. La media en su lugar.
Buscar todo 30 veces.
Siento miedo cuando no encuentro algo que no me deja concretar algo más.
Mi llave se perdió y ahora no encuentro la tela de araña que solía pegarse cuando la introducía en el cerrojo.
La llave frenéticamente activada por un pulso ebrio y muy malo, impreciso y débil, no entraba en la cerradura.
No entraba porque no estaba.
¿Y si eso pasa conmigo?
No entro en ningún lugar porque mi cabeza dice otras cosas. No entro en ciertas categorías comunes a mucha gente. No entraré en generalizaciones y masas porque... ¿No estaré acá?
Probablemente mi mente se fue desgranando como pedacitos de plumas delicadas de algún mitológico animal. Se fue, volando por el espacio, rodeando una estrella y formando una nueva capa de luz y brillo.
Eran horrocruxes indestructibles, una mente infinitamente esparcida por el cosmos de su propia consistencia. Eran estrellas de pedacitos de mentes fusionadas a la perfección.
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