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18/12/13

La lucha diaria.

El conflicto con el propio cuerpo desencadena circunstancias para nada placenteras.
El mal funcionamiento del organismo desequilibra neurológicamente las mentes sin fuerza para mantener su supuesta cuerda postura generalizada en las personas con dos décadas de edad.
El inmutable vórtice de pensamientos negativos hacia uno mismo, actúa como energía que provoca modificaciones en la materia. O en la percepción.
O en ambas.
La duda y el abatimiento suplantan a la voluntad y la constancia.
El control excesivo toma partido implantando en el fértil y pantanoso terreno cerebral semillas de negaciones constantes.
A gray cloud raining over my head.
El descontrol excesivo destruye la inconclusa cosecha que tanto costó. Luego la culpa excesiva tiende a querer remediar el desastre optando por el fácil camino del desagote, para empezar de nuevo.
Entre dos monstruosidades hermosas se debate una persona insegura.
O entre tres. cuatro. cinco. Monstruosas acciones que dan monstruosos resultados.
Pseudo-tuberculosis y renglones colorados en las piernas y los brazos.
Encías que protestan llorando saliva teñida de rojo.

Monstruos imaginarios que aparecen con sus burlas fantasmagóricas.

Dudas. ¿El beneficio de la duda? Una porquería.
Quiero certezas.
Certezas que no sean taladas por zorras de cuerpos perfectos.

Quiero arrancarme el cablecito mental de los celos. De la inseguridad.

El cablecito mental de los malos hábitos alimenticios. El del miedo. El de la ansiedad. El del dolor. El del auto-odio. El de la nostalgia, la añoranza. El de los recuerdos y el de los imaginarios futuros.
Pero por sobre todo.
El cablecito mental de existir en mí.

Quisiera un golpe de suerte que me confine de por vida en un estado catatónico donde no deje de existir para los demás pero sí para mi misma.


O simplemente quisiera tener una manera de pensar que no me arruine cotidianamente ser yo.




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