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21/3/13

Prisionera de un carcelero fantasmal.

Me resulta inquietante pensar. Muero pensando, extrañamente.
Muero de un pensamiento mudo como una herida. No me mata el tabaco, ni los ácidos estomacales, ni la sangre derramada, ni el hambre, ni la vida. 
Me mata un pensamiento venenoso que se encarna en mi con toda saña.
Se alimenta de mis esperanzas y crece sin medidas.
Mi cabeza es un útero contaminado, que gesta monstruos lentamente amenazadores.  
Pensamientos obsesivos y autodestructivos.
Pensamientos exterminadores que me desmoronan en cuerpo y alma.
La semilla de un mal asesino y paciente, perfectamente letal.
El espejo me tortura. Comer me asusta. Y me condicionan todo el tiempo. Sus preguntas de mierda.
Me vuelvo horrible e irónicamente vacía.
Pero astuta, arrogante. 

Yo, fantasma de una imagen imposible, casi inexistente, aparezco continuamente.
La aíslo, la encierro en mi espectral ser. Sea cualquier cosa que piense, a donde quiera que mire estoy, burlándome de ella.
Alardeando mi perfecta composición. La castigo.
Aparezco. 
De nuevo. En el espejo, en las vidrieras,  en las sombras. En los ojos de ellos. En los suyos, sus ojos, el baño, sus manos, su tacto, el vestido, el pantalón, la remera.
Soy infinito y vivo en su mente. Me apodero de ella y le impido vivir en paz.
Le impido hablar. Respirar. Amar (se). Le impido mirar con sus ojos, comer con su boca y escuchar con sus oídos.
Yo soy el fantasma del espejo. Y no se puede deshacer de mi sin deshacerse de ella primero. Soy eterno, inmutable e imperecedero.
Estoy en tu mente también. En la mente de todos. 
Mi despertar es tan accesible como un insulto de tu boca o un comentario lastimoso. Escucho y despierto en la mente del débil. Ella es débil.

Ella está encarcelada en mi. 

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