Tuve un sueño. De esos extraños. Que no son sueños al fin... Soñé que venía y me contaba muchas cosas. Me contaba sus sueños. Y sus recuerdos. Y las historias perdidas en las telarañas de su mente enferma, sucia.
¿Qué tendrá el gris? Se pregunta... Un día gris. Un sentimiento gris. Un interior así. Se parece a ella, el cielo, sus recuerdos, su pasado. Todos grises. Un color que invita a la nostalgia. Que invita e imita a la melancolía, a ella, a recordar, anhelar, a sentirse lejana de un pasado imaginario que probablemente nunca fue.
Y te vio cambiar, te vio volverte gris. Es como si nunca hubieses tenido alas... O se perdieron en el caudaloso mar que sos por dentro.
Y se vio cambiar. Se vio convertirse en humo, uno gris, disperso y triste, sin rumbo.
Ella me cuenta que todo le resulta más familiar así. Dice que es un lugar gris al cual pertenece, con pájaros negros que contrastan con un firmamento raído, gastado.
Donde el césped no crece, y la tierra es seca. Los árboles se quedan sumergidos eternamente en una estación indefinida, ursurpada por una neblina brumosa, mojada, para siempre. Y piensa todo blanco y negro. Puro. Neutro. Perfecto. Hace del gris algo suyo.
Ella los imagina. A vos, con tus ojos intensos y sinceros sin color. Tu pelo soleado ya apagado. Tu piel cetrina perfecta, sin rubores. A ella sin carmines, ni marrones, ni ocres. Ambos grises, sumergidos en un pasado eterno. Sin medida de tiempo. Ahí se quedaron, convertidos. Convertidos en recuerdos. Memorias, como las páginas de un libro. Quietas. Acumuladas... Con polvo.
Blanco fundido con negro. Extraña representación inmaculada de un algo muy lejano, abstracto, ideal: que se escapa de las ponzoñosas garras de la realidad que asesina, que le pone fin a las cosas.
Ella también sueña... Inocente, dulce. Que te busca, que pasa por tu casa, y nunca estás. O, más bien, no se anima a buscarte. No te quiere molestar. Y un día soñó que caminaba por una calle desierta, caminaba montada en su alma, no en sus piernas. Y me dijo que llovía, mientras que de fondo sonaba cierta melodía triste y perfectamente hermosa, y se debatía entre disfrutar lo que escuchaba o disfrutar lo que sentía sobre su alma. El agua cayendo sobre su esencia. Era una sensación exquisita. Y luego recordaba que en ese lugar gris indefinido en tiempo y espacio, podía sentir todo. Porque era su alma la que habitaba allí. Nada le impedía experimentar un millón de sensaciones a la vez. Las dimensiones no existían, me decía. Sin embargo, temía. Temía buscarte de nuevo. Temía encontrarse con tu alma indiferente.
Por eso no te buscó. Ni te busca. Ella los imagina. A vos, con tus ojos intensos y sinceros sin color... A ella, sin carmines, ni marrones, ni ocres. Ambos grises, sumergidos en un pasado eterno. Inmutable. Imperecedero. Ella los imagina. Y nada puede destruir eso.
Y cuando desperté... Me sentía extrañamente sin pertenecer acá.
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