Me resulta inquietante pensar. Muero pensando, extrañamente.
Muero de un pensamiento mudo como una herida. No me mata el tabaco, ni los ácidos estomacales, ni la sangre derramada, ni el hambre, ni la vida.
Me mata un pensamiento venenoso que se encarna en mi con toda saña.
Se alimenta de mis esperanzas y crece sin medidas.
Mi cabeza es un útero contaminado, que gesta monstruos lentamente amenazadores.
Pensamientos obsesivos y autodestructivos.
Pensamientos exterminadores que me desmoronan en cuerpo y alma.
La semilla de un mal asesino y paciente, perfectamente letal.
El espejo me tortura. Comer me asusta. Y me condicionan todo el tiempo. Sus preguntas de mierda.
Me vuelvo horrible e irónicamente vacía.
Pero astuta, arrogante.
Yo, fantasma de una imagen imposible, casi inexistente, aparezco continuamente.
La aíslo, la encierro en mi espectral ser. Sea cualquier cosa que piense, a donde quiera que mire estoy, burlándome de ella.
Alardeando mi perfecta composición. La castigo.
Aparezco.
De nuevo. En el espejo, en las vidrieras, en las sombras. En los ojos de ellos. En los suyos, sus ojos, el baño, sus manos, su tacto, el vestido, el pantalón, la remera.
Soy infinito y vivo en su mente. Me apodero de ella y le impido vivir en paz.
Le impido hablar. Respirar. Amar (se). Le impido mirar con sus ojos, comer con su boca y escuchar con sus oídos.
Yo soy el fantasma del espejo. Y no se puede deshacer de mi sin deshacerse de ella primero. Soy eterno, inmutable e imperecedero.
Estoy en tu mente también. En la mente de todos.
Mi despertar es tan accesible como un insulto de tu boca o un comentario lastimoso. Escucho y despierto en la mente del débil. Ella es débil.
Ella está encarcelada en mi.
El aire lx asfixia cuando se siente más muertx que vivx.
Es como si fuera el veneno al que está condenadx a ingerir.
Una gran antítesis existencial. O no.
No siente que quiera seguir siendo parte de este lugar, pues nunca ha pertenecido un %100 aquí.
Se pregunta entonces... ¿Qué queda por hacer?
Se imagina maneras de partir, minuciosamente planeadas.
Siente un delicioso éxito provocado por la brillantez de sus pensamientos.
Se siente satisfechx. Se halaga, le encanta, y sonríe.
Victoriosx de haber especulado con todos los detalles.
Pero no puede.
La sonrisa desaparece. La satisfacción da lugar a la angustia. Frustración.
La culpa siempre presente interfiere incluso en sus delicados planes.
La culpa del dolor ajeno.
Insoportable.
La culpa de ser un estorbo incluso sin estar acá.
La compasión siempre había sido su gran defecto.
Tuve un sueño. De esos extraños. Que no son sueños al fin... Soñé que venía y me contaba muchas cosas. Me contaba sus sueños. Y sus recuerdos. Y las historias perdidas en las telarañas de su mente enferma, sucia.
¿Qué tendrá el gris? Se pregunta... Un día gris. Un sentimiento gris. Un interior así. Se parece a ella, el cielo, sus recuerdos, su pasado. Todos grises. Un color que invita a la nostalgia. Que invita e imita a la melancolía, a ella, a recordar, anhelar, a sentirse lejana de un pasado imaginario que probablemente nunca fue.
Y te vio cambiar, te vio volverte gris. Es como si nunca hubieses tenido alas... O se perdieron en el caudaloso mar que sos por dentro.
Y se vio cambiar. Se vio convertirse en humo, uno gris, disperso y triste, sin rumbo.
Ella me cuenta que todo le resulta más familiar así. Dice que es un lugar gris al cual pertenece, con pájaros negros que contrastan con un firmamento raído, gastado.
Donde el césped no crece, y la tierra es seca. Los árboles se quedan sumergidos eternamente en una estación indefinida, ursurpada por una neblina brumosa, mojada, para siempre. Y piensa todo blanco y negro. Puro. Neutro. Perfecto. Hace del gris algo suyo.
Ella los imagina. A vos, con tus ojos intensos y sinceros sin color. Tu pelo soleado ya apagado. Tu piel cetrina perfecta, sin rubores. A ella sin carmines, ni marrones, ni ocres. Ambos grises, sumergidos en un pasado eterno. Sin medida de tiempo. Ahí se quedaron, convertidos. Convertidos en recuerdos. Memorias, como las páginas de un libro. Quietas. Acumuladas... Con polvo.
Blanco fundido con negro. Extraña representación inmaculada de un algo muy lejano, abstracto, ideal: que se escapa de las ponzoñosas garras de la realidad que asesina, que le pone fin a las cosas.
Ella también sueña... Inocente, dulce. Que te busca, que pasa por tu casa, y nunca estás. O, más bien, no se anima a buscarte. No te quiere molestar. Y un día soñó que caminaba por una calle desierta, caminaba montada en su alma, no en sus piernas. Y me dijo que llovía, mientras que de fondo sonaba cierta melodía triste y perfectamente hermosa, y se debatía entre disfrutar lo que escuchaba o disfrutar lo que sentía sobre su alma. El agua cayendo sobre su esencia. Era una sensación exquisita. Y luego recordaba que en ese lugar gris indefinido en tiempo y espacio, podía sentir todo. Porque era su alma la que habitaba allí. Nada le impedía experimentar un millón de sensaciones a la vez. Las dimensiones no existían, me decía. Sin embargo, temía. Temía buscarte de nuevo. Temía encontrarse con tu alma indiferente.
Por eso no te buscó. Ni te busca. Ella los imagina. A vos, con tus ojos intensos y sinceros sin color... A ella, sin carmines, ni marrones, ni ocres. Ambos grises, sumergidos en un pasado eterno. Inmutable. Imperecedero. Ella los imagina. Y nada puede destruir eso.
Y cuando desperté... Me sentía extrañamente sin pertenecer acá.
Ellxs ríen mucho. De nuevo. Es tan simple que te parece extraordinario.
Vos no sabes si existís o simplemente qué implica eso.
Estás en una plaza seca y las palomas se refugian en la fresca sombra ornamentada de un árbol sin muchas hojas.
Ellxs ríen mucho. De nuevo vuelven a reír.
Vos pensás mucho. De nuevo.
Y estás tan solx que tu instinto gregoriano aúlla de pesar.
Las hojas acariciadas por el viento suenan como papeles encuadernados. Irónico; los papeles encuadernados deberían sonar como hojas.
Y tus problemas te consumen y no querés hacer nada. Tampoco llorás porque te preguntan por qué. Querés ser una nube lejana y húmeda que flote en paz en el cielo; una cosa muerta que cante la música del cielo.
Lejana y sola al fin, pero sin preguntas ni compromisos, ni modales.
Te dan risa las expresiones o ideas insanas. Yo sé todo de vos, menos como ayudarte.
Trepaste una escalera a la que se le pudrían los escalones y ahora no podés bajar. ¿Te vas a tirar?