Por momentos me desespero. Caigo en un túnel infinito de pensamientos tristes y una aguerrida melancolía.
La melancolía, ese refugio de vapor y polvo, de humo de un presente que ya combustiono y se consumió, como una rama abrasada por el fuego... Cenizas, si me imagino físicamente a la melancolía, podría describirla como un pequeño microclima de otra dimensión, incorpóreo pero a la vez atmosférico. El clima ahí dentro es lluvioso pero cálido, el vapor moja pero es suave y tibio al tacto, casi como estar dentro del útero, la humedad, el rocío, las gotas flotando dentro, ese extraño líquido amniótico de paz mezclado con humo de cigarrillos nerviosos muertos en momentos de melancolía... Niebla. Gris, blanca, suave, infinita y cegadora niebla. Habría mucha.
La melancolía también suena a notas de piano o a carcajadas y sonrisas que no volverás a escuchar. Suena a palabras, y voces que ya no existen... Suena, sabe, huele a pasado, a presente esfumado.
Cuando pienso en ella terminó en ese estado de nostalgia. Melancolía y nostalgia. Se alimenta de tus pensamientos y tus recuerdos, mientras más emociones involucradas más nutritivos. Más crece. Se desarrolla. Consume. Se alimenta de tus pensamientos.
Pero decía, antes de que mi pequeña melancolía me atrape por un momento, que a veces caigo en esos pozos infinitos de desesperación... Pero después tengo conciencia. Entiendo. Acepto. Doy por sentado lo obvio. Vuelvo en sí. La mente se me aclara y me doy cuenta de algunas cosas. Que después olvido, se consumen, son pasado, y caen en el mundillo melancólico.
Muy pocas veces he comprendido realmente todo, y siempre tengo la sensación de comprenderlo todo. Soy una ambigüedad, una disociación en sí misma.
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