Encontré mis días entre brumas neblinosas grises y húmedas.
A lo lejos vislumbraba una montaña, gélida, con el monte a su alrededor, acechándola.
Atrás no había nada visible desde donde yo estaba, sólo la irregular línea del horizonte que formaba la silueta en contraluz con el cielo líquido.
Era la montaña. Frente a mí. La montaña rocosa y grumosa de relieves violentos. Que lastimaban...
Giraba sobre mí misma, el piso era arenoso y se iba barriendo con el correr del viento.
Grano a grano se desmoronaba el suelo, se disolvía y se caía hacia el cielo, en pequeñas partículas.
Se volcaba el piso en el cielo, y las nubes se llenaban de tierra. Llovía barro. Llovía fango.
Mi cara y mi pelo estaban enmarañados con tierra y agua sucia.
Mis brazos protestaban del frío.
De la sangre helada que me dibujaba las venas.
Y yo quería un mar... Una luna gigante.
Un amor mañanero, un amigo de luz.
Quería un gato blanco, un cielo de Orión
Un viento con tierra...
Un cielo con olas y un mar con nubes.
Y donde fuese que mirase, estaba rodeada de vampiros y edificios. Autos y personas...
Desconocidas.
Un numerito más. Y va.
Pisa pisuela color de ciruela.
Hace cuántos inviernos que me quiero ir a casa...
Me caigo para el cielo. Me estrello en la luna. Es-trello.